lunes, 18 de octubre de 2010

El Mundo Utopico

El concepto de Utopía fue propuesto por primera vez por Tomás Moro la palabra deriva de dos neologismos: outopia formado por ou –(ningun)- y topos –(lugar-) y eutopía (eu significa bien).
















Hace aproximadamente mil novecientos años reinaba en esta isla un soberano, cuya memoria adoramos en mayor grado. Este rey tenía un gran corazón,  un inextinguible amor al bien y una inclinación fervorosa por hacer felices a su reino y a su pueblo.

























                
      Francis Bacón, La nueva Atlántida.



Ejemplo de vida.

Había una vez un hombre que un día llego y pidió permiso para subir a la azotea de la casa del  señor Domínguez, que vivía solo sin nadie que lo apoye, le preguntó para qué. Para poder ver el cielo y las estrellas desde un poco más cerca, le contestó. El señor Domínguez no se negó. Cómo se le va a negar a un hombre amable, simpático subir a la azotea  por un motivo tan especial. A la mañana siguiente aún permanecía allí contemplando las estrellas. Le alcanzó de comer y una botella de agua. Luego le ofreció un colchón para que se quedara, pero lo rechazó con educación y amabilidad. El hombre se quedó esa noche también la siguiente y la subsiguiente. Para la cuarta noche se acercó un grupo de siete personas. Toda gente del pueblo.

Le pidieron permiso al señor Domínguez para subir a la azotea para hacerle compañía al hombre. No podía negarse. Los conocía de toda la vida y siempre habían sido buenos con él. Al día siguiente llegaron más personas. Y al otro, y al otro también hasta que a los cinco días, el señor Domínguez ya tenía a casi treinta y cinco personas en su azotea. Dado que no podía alimentar a tantos, todo el pueblo colaboraba. Algunos se encargaban de preparar la comida, otros de buscar agua, un grupo recolectaba mantas para cuando hacia frío, unos muchachos se encargaron de alquilar unos baños químicos que instalaron en el patio. A los quince días, ya eran más de cien personas. El señor Domínguez se encontraba muy feliz.

Para entonces, el pueblo ya estaba organizado todos dispuestos a sus responsabilidades. Parecía un engranaje funcionando a la perfección. Cada uno cumplía su rol y todos participaban alegremente. Esos días lo pasaron muy bien y acordaron de juntarse todos los días, Pero un día no estaba, se había ido se dieron cuenta que el hombrecito que había iniciado todo ya no estaba. Lo buscaron por todo el lugar de la azotea, en los baños, en las casas aledañas, en otras azoteas, lo buscaron y lo buscaron pero no lo pudieron encontrar por ningún lado, entonces se pusieron a pensar ¿Por qué se habría ido el hombre? ¿se habría enojado con ellos por haberle copiado la idea de subir a la azotea? Pasó el tiempo y no le siguieron dando vuelta al asunto.

 Lejos de desilusionarse, los vecinos estaban felices porque gracias a él habían aprendido a convivir. La gente se bajó de la azotea, pero nadie cesó de colaborar con los demás, siguieron haciendo lo mismo durante harto tiempo siempre recordando a aquel hombrecito que lo había iniciado todo, ahora el pueblo era más unido, que felices estaban de que por fin hubiera buena relación entre todos ellos, siempre los vecinos acordándose del señor Domínguez el dueño de la casa y azotea en que por primera vez contemplaron el cielo y las  estrellas más cerca, el valor de la amistad, la cooperación, y por sobre todas las cosas la perseverancia. Así fue que pasó de generación en generación siguiendo el mismo ritmo de vida que habían dejado sus antepasados con aquel suceso.    

Todavía conservan la puntualidad de juntarse en las calles y subir a la azotea de aquella casa que perteneció al señor Domínguez durante tantos años. Al salir las primeras estrellas para compartir un chocolate caliente un sándwich, un trozo de pastel y contemplar en suspenso todo el cielo inmenso que los rodea, pero a la vez tan lejano. Cuando vuelven la vista a su alrededor comprenden entonces que todo lo que está cerca es más grande, real, al alcance. Y entonces, ahora lo cuidan, lo protegen porque entienden que es aún más maravilloso que todo ese cielo de estrellas que los visita cada noche. Al preguntar a personas de aquel pueblo Dicen que el hombre fue de pueblo en pueblo. Aunque no en todas las azoteas le permitieron subir.




Autor: Rodrigo Arriagada

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